En mayo de 2022 yo era otra.
Empecé el mes haciendo algo por primera vez, sintiéndome poderosa y lo terminé hundida en una oscuridad profunda.
En aquel entonces la ira dominaba mi mundo interior exitosamente escondido tras muros seculares.
A mediados del mes de quitarse el sayo, se hizo visible el covid en mí. Recuerdo el día das letras galegas de ese año como el peor en mucho tiempo.
Dolor y dolor.
Articulaciones, cabeza y tripa.
Le siguieron año y medio de dolor.
De tripa.
De vientre.
De abdomen.
De útero.
De no se sabe dónde, mucho menos el porqué ni el cómo. Al menos en las esferas médicas a las que nos tienen acostumbradas. Meses recorriendo especialidades cual patata caliente a ver dónde explotaba. Todavía para este abril tengo consultas pendientes.
Millones de calmantes, mil peripecias, cien terapias, docenas de versiones inconclusas, decenas de pruebas, varias dietas, un nombre: Heidi de la pradera.
Así bauticé a mi dolor.
Cada vez que me dolía, ahí estaba Heidi. Me la imaginaba haciendo la croqueta en las verdes laderas de las montañas, feliz como una perdiz mientras yo me retorcía de dolor.
Hoy puedo decir que Heidi se ha ido.
Quiero pensar que de vacaciones o mejor, a estudiar a la universidad, espero que una carrera científico-tecnológica.
Aceptar mi dolor, aún sin saber muy bien el diagnóstico, ha sido lo más bonito que he hecho por mí.
Gracias, Heidi, por enseñarme a amarme incondicionalmente.
🥺Siento mucho tu dolor. Ánimoooo , forza ....aceptación, supoño. Que remedio! Aperta grande e chea de pulos💪💪
Qué bien tener a Heidi que te cuenta lo qué pasa! A seguir caminando en este camino tan profundo, poderoso y nutricio.
Gracias por compartir