Estoy viendo un vídeo de un peluquero cortando al cero el cabello de una mujer.
Ella cierra los ojos, no quiere verlo, no quiere verse.
Finalmente lo hace y menciona que está horrible.
Ella es hermosa, lo que pasa es que no lo ve, solo hay que recordárselo.
El hombre se lo dice. Le trae una peluca, se la coloca con mimo y cuidado. Ella sonríe.
El se lo recuerda: “te he visto sonreír”
Se gira y se abrazan.
Yo recuerdo el día que fui a comprar una peluca con mi madre. La tensión, su tensión caminando por la calle podía olerse. Yo tenía uno de esos días insoportables, ojalá hubiese estado de otra manera. No recuerdo qué se me pasaba por la cabeza, quizás la idea de que no necesitábamos pasar por eso, ni ella ni yo. Me hubiese encantado largarme lejos, muy lejos en aquel instante. Pero no era posible. Allí estábamos. Mi mamá iba a empezar un tratamiento de quimioterapia y, aunque nada podía asegurar que perdería el cabello, ella quería estar preparada.
En los rincones más profundos de mi alma odiaba que ella siempre quisiese estar preparada.
Su peluquera, la de toda la vida y además amiga, vino con nosotras. Llegó justo en el momento que entrábamos por la tienda de pelucas. Su compañía alivió mucho el proceso. Eso es algo que siempre he estado agradecida y nunca se lo dije en persona. O sí, creo que sí, que se lo dije, años más tarde, pude hacerlo.
Le ayudó a encontrar una peluca cuyo pelo era el más parecido al suyo en color, textura, volumen y sabe dios qué otras características capilares. La idea que tenía ambas era la de que, cuando llegase el día, se la podría peinar y cortar de manera que nadie notaría la diferencia.
Mi madre ni se la probó. Asintió, pagó por ella tanto como cobraba yo en un mes por aquel entonces y se llevó el manojo de pelos en una bolsa.
Nunca más volvimos a ver aquella peluca. Aquella mujer, amiga y peluquera, se la guardó en el bolso y prometió tenerla disponible “de llegar el momento”.
Afortunadamente para mi madre ese momento no llegó jamás, de todos los síntomas posibles nunca perdió ni un pelo, del resto (del los síntomas), los tuvo todos.
Años más tarde de morir mami, su amiga peluquera me llamó por teléfono y me dijo que tenía una clienta a la que le había llegado el momento, que sería una preciosa manera de utilizar aquella peluca en hacer sentir mejor a alguien.
No tuve ninguna duda de que eso era lo que hubiese querido mi madre, seguro que, en alguna parte de su conciencia, ese detalle también lo había preparado.
Y en los rincones más profundos de mi alma amé que ella siempre quisiese estar preparada.
Qué manera más tierna de recordar a tu mami😌
Bonito 👏🏻👏🏻👏🏻